17 de mayo: Día Mundial de Internet y Día contra la Homolesbotransbifobia

Un poco de historia…

Cada 17 de mayo se conmemora el Día Mundial de Internet y el Día contra la Homolesbotransbifobia. La primera tiene sus raíces en una iniciativa ciudadana en España, impulsada en 2005 por la Asociación de Usuarios de Internet (AUI), y rápidamente se expandió a América Latina, articulando eventos entre instituciones públicas, privadas y ciudadanas. Ese mismo año, la propuesta llegó a la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información en Túnez, donde se solicitó a las Naciones Unidas declarar oficialmente la fecha.

Este día invita a reflexionar sobre el impacto de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) en nuestra vida cotidiana, en la economía, la cultura y, especialmente, en el ejercicio de los derechos humanos. Promueve una mirada crítica que defienda el acceso universal, seguro, ético y responsable a Internet, reconociendo su papel como herramienta para la inclusión digital y la justicia social.

¿Cómo ha transformado la vida de las personas?

Hoy resulta casi imposible imaginar la vida sin Internet. Lo que comenzó como un proyecto militar (ARPANET) en los años 60, se ha convertido en un entorno clave para nuestras relaciones, saberes, trabajos, luchas y deseos.

A inicios de abril de 2025, más de 5.640 millones de personas usaban Internet —es decir, el 68,7 % de la población mundial—. En el Perú, para el último trimestre de 2024, el 80,1 % de la población tenía acceso, frente al 62 % en 2019. Sin embargo, el crecimiento numérico no garantiza una verdadera inclusión: no todas las personas acceden en condiciones equitativas, ni disfrutan plenamente de sus beneficios.

El Día Mundial de Internet nos interpela a preguntarnos: ¿Cómo se desarrollan, adoptan y distribuyen las tecnologías digitales en nuestras sociedades?

La tecnología no es neutra. Puede reducir brechas, pero también profundizarlas. El acceso a Internet no debe entenderse como un privilegio o un lujo, sino como una puerta de entrada para el ejercicio de derechos fundamentales: la educación, el trabajo, la participación política, la libertad de expresión y el acceso a la cultura.

En muchos países del Sur Global, la brecha digital entre zonas urbanas y rurales oscila entre el 5 % y el 10 %, y puede superar el 30 % en países menos desarrollados. En América Latina, solo el 40 % de los hogares rurales tiene acceso a Internet (OCDE, PNUD y Banco Mundial), incluso se menciona que estas desigualdades entre zonas rurales y urbanas son más pronunciadas en países como Perú y Bolivia, sobre todo en regiones montañosas (PNUD y Banco Mundial).

No basta con garantizar infraestructura: se necesitan políticas públicas que generen capacidades, promuevan contenidos culturalmente relevantes y aseguren acompañamientos pedagógicos y comunitarios.

Estas desigualdades no son eventos aislados ni fallas técnicas: son expresiones de una arquitectura estructural de exclusión que entrelaza clase, territorio, racialización, género y sexualidad. En este marco, el entorno digital no es un espacio neutro: amplifica las jerarquías sociales existentes y reproduce las violencias sobre cuerpos e identidades disidentes. Frente a ello, colectivos históricamente marginados —como las personas LGBTIQ+ y los feminismos interseccionales— han resignificado el espacio digital como territorio de resistencia, memoria y agencia política. Sin embargo, esta apropiación convive con formas de violencia específicas del ecosistema digital: discursos de odio, acoso, vigilancia, censura y exclusión algorítmica.

Que el 17 de mayo se conmemoren tanto el Día Mundial de Internet como el Día Internacional contra la Homofobia, Lesbofobia, Transfobia y Bifobia no es una casualidad: es una invitación a pensar lo digital como un campo de disputa, donde se juegan simultáneamente posibilidades de resistencia y nuevas formas de control sobre las disidencias sexuales y de género.

Día de la lucha contra la homolesbotransbifobia: ¿Cómo impacta el Internet y los espacios digitales en la vida de las personas LGBTIQ+?

Hoy, es indispensable sumar a esa reflexión las formas digitales que adopta esta violencia, así como las potentes formas de resistencia que emergen desde las disidencias sexuales y de género que repiensan y reconstruyen nuevas formas de habitar Internet. La red se ha convertido para muchas personas LGBTIQ+ en un espacio para explorar identidades, construir memorias colectivas, tejer alianzas y ejercer el derecho a expresarse y organizarse. Pero este potencial no está garantizado. Hoy enfrentamos una preocupante concentración del poder digital en manos de pocas plataformas privadas, censura algorítmica, vigilancia estatal y crecientes violencias digitales que reproducen las prácticas y narrativas de exclusión y discriminación de las personas LGTBQ+

Diversos estudios reportan que entre el 10,5 % y el 71,3 % de las personas LGBTIQ+ han experimentado ciberviolencia, con consecuencias graves para la salud mental: ansiedad, depresión, aislamiento y riesgo suicida. Las víctimas más frecuentes son jóvenes, mujeres, activistas, personas trans y no binarias. Los agresores muchas veces actúan de forma anónima, organizada o desde entornos cercanos. El odio digital es una extensión del odio estructural.

En contextos donde la diversidad sexual y de género sigue siendo  criminalizada o estigmatizada, estas violencias se agravan mediante mecanismos como el doxxing, el acoso coordinado, la vigilancia encubierta y la censura algorítmica. De esta manera, lo digital se constituye como un espacio de disputa donde se tensiona el derecho a existir, a expresarse y a habitar lo público desde cuerpos e identidades no normativas.

En el marco de esta doble conmemoración —que interpela tanto al potencial emancipador de la tecnología como a las persistentes formas de violencia que enfrentan las disidencias sexuales y de género—, reafirmamos nuestro compromiso con una transformación estructural del ecosistema digital. Desde Hiperderecho, sostenemos que no basta con garantizar el acceso a Internet: es necesario disputar sus arquitecturas, gobernanzas y lógicas de funcionamiento para que los principios de justicia, pluralidad y derechos humanos sean verdaderamente centrales. Hoy, más que nunca, urge defender una Internet que no sea un espejo de las opresiones del mundo offline, sino un espacio donde las disidencias puedan existir sin miedo, ejercer ciudadanía, producir conocimiento y cultivar otras formas de vida posibles.

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