Por: Verónica Arroyo*
Uber, una de las aplicaciones más populares para pedir el servicio de taxi, viene siendo blanco de demandas, protestas y órdenes judiciales de cierre desde hace dos años. Todo comenzó cuando, debido a su éxito repentino, los taxistas vieron en Uber a un competidor que no tuvo que pedir ningún permiso, presentándoseles como una competencia “desleal”. Luego, llegaron las demandas laborales por parte de los conductores de Uber, quienes se consideraban trabajadores de la compañía.
No obstante el éxito que han tenido estos cuestionamientos, es claro que parten de una concepción errónea: considerar a Uber como una empresa de transportes. Lo cual, para la felicidad de Uber, parece haber sido solucionado con la nueva demanda que tiene en sus manos. Por fin, un juez de Nueva York entendió que Uber es una compañía tecnológica que ofrece una aplicación móvil para conectar conductores con usuarios. Sin embargo, como veremos, dicha felicidad se opaca con el tenor de la demanda.
Esta vez, el ciudadano Spencer Meyer y todos aquellos usuarios que se sientan representados demandaron al CEO de Uber y a los conductores, que usan la aplicación móvil, por haber acordado fijar tarifas usando el algoritmo de la aplicación. Es decir, ahora que Uber y sus “conductores” ya no son vistos como empleador y empleado sino como socios, se los acusa de crear un cartel de precios. Para Meyer, el algoritmo hace que todos los taxistas cobren una misma tarifa por el servicio y no compitan entre ellos afectando así al usuario.
Esta demanda ha recibido múltiples reacciones que la consideran desde absurda por la cantidad de implicados (sucede que hay más de 30 mil conductores usando Uber sólo en Nueva York), hasta ilógica por la porción de mercado relevante que determina. Sin embargo, ello no ha bastado y el juez distrital Rakoff de Nueva York, el pasado 31 de marzo, negó el pedido de desestimar la demanda.
Miremos toda la torta
Según Meyer, el mercado donde operaría el cartel de precios estaría conformado por los servicios de transporte solicitados a través de una aplicación móvil. En ese mercado, Uber tendría el 80% y Lyft, un servicio similar, el otro 20%. Según el demandante, mediante acuerdos verticales entre Uber y cada conductor, suscritos al hacer click en aceptar los términos y condiciones del servicio, se ha creado un cartel de precios. Según esta teoría, un conductor sabe que al registrarse entrará en un club donde todos están obligados a cobrar la misma tarifa, con lo cual dejaría de competir.
La debilidad en el razonamiento de Meyer se entiende a partir de dos ejercicios. Primero, imaginemos cuántas opciones tiene una persona que quiere movilizarse usando un taxi en Nueva York. Esta persona podrá abordar uno que anda en curso; pedir uno por teléfono de una compañía de taxis; o, por último, abrir una aplicación móvil y solicitar que se le conecte con un conductor. Optar por alguno pasará por evaluar no sólo la tarifa sino también la disponibilidad, el prestigio, la tecnología disponible, entre otros.
El segundo ejercicio es del lado del socio conductor. Al ser de fácil acceso, un conductor formal o informal puede utilizar más de una aplicación móvil. Con lo cual, si usa Uber podría incluso estar compitiendo con él mismo si a la vez tiene cuentas en Lyft o como en Perú: Taxibeat, Cabify o Easy Taxi. Ello imposibilita que se cumpla con la característica básica de un cartel: cumplir con lo acordado. Si un conductor utiliza Uber para llevar a un usuario en un trayecto X, no podría, al participar del cartel de precios, usar otra aplicación móvil para llevar a otro usuario en el mismo trayecto y cobrarle un precio menor. Sin embargo, ello es posible con sólo utilizar otra aplicación móvil. De esta manera, vemos que no sólo el mercado es más grande que los servicios de transporte solicitados por aplicación móvil, sino que debido a la facilidad de acceso, es fácticamente imposible sostener un cartel de precios.
Old Style versus Tech Style
La demanda de Meyer es, a manera de reflexión, la consecuencia de un choque entre aquel aparato de reglas tradicionales y las nuevas reglas que trae la tecnología. El sistema tradicional, por ejemplo, en el caso del servicio de taxi, tiene dentro de sus pilares la seguridad de sus pasajeros y del conductor, creando así un sinnúmero de permisos. Este sistema ha sido durante años la necesaria piedra en el zapato de cualquiera que deseaba ser taxista.
Hoy, con la aparición de estas aplicaciones móviles, ser un taxista se da con crear un perfil que será rápidamente verificado. Asimismo, aquella preocupación por la seguridad de los pasajeros y conductores pasa a ser garantizada por la misma aplicación móvil, que según las características permite: calificar el servicio, conocer de antemano al conductor y usuario, tener obligatorias revisiones técnicas, y entrar en un programa de incentivos monetarios al mejor servicio. Este nuevo sistema basado en la inmediatez y prestigio es claramente distinto al creado por las normas tradicionales. Mientras que ambas no se alineen o se subsuman una a la otra, seguiremos viendo demandas, protestas y órdenes de cierre a compañías tecnológicas que lo único que hacen, por el momento, es simplificar la vida de nosotros: los usuarios.
* Verónica Arroyo es Bachiller en Derecho por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Foto: Nick Harris (CC BY-ND)
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