A propósito del resultado de las elecciones en Estados Unidos, muchos han culpado a las redes sociales por su capacidad de servir de vitrina para noticias tendenciosas o falsas. Titulares incompletos, imágenes sugestivas o que envuelven a personajes famosos son algunas de las técnicas que se usan para confundirte u obligarte a entrar a una página web, consumir ads, dar likes o comentar. Todo, menos informarte. Aquí en Perú, la denominada “televisión basura” también ha sido objeto de crítica. Algunos claman por un control estricto sobre el contenido que transmiten. Otros, por la falta de opciones más culturales en la grilla local.
En este contexto, nos preguntamos si el Estado debe intervenir, si son los usuarios los que deben juzgar o si el intermediario debe revisar el contenido que se promociona en su plataforma. ¿Qué mecanismos deben ponerse en marcha? ¿Existe una preocupación real?
La mutación del spam
Hace unos años estaba de moda crear páginas con dominios engañosos. El modelo era más o menos así: el usuario buscaba cierto contenido en la web y al ingresar a una página que se creía oficial, le aparecían miles de publicidades. Cuando uno quería encontrar el catálogo navideño de Tottus o el listado de comisarias de Lima, entraba a un buscador y clickeaba en la primera página que aparecía. No siempre era la oficial. Pero funcionaba. Esto generaba tráfico para el titular de la página y mientras más visitantes tenía, mejor. Ganaba más dinero por ofrecer ese espacio de publicidad. Se volvió un negocio.
Hoy, esto no pasa. Directamente los buscadores se anticipan a nuestros pedidos y, como las empresas han migrado sus presupuestos publicitarios a la web, seguramente llegaremos a la página que ellos quieran. Además, el posicionamiento en buscadores (SEO) que utilizaban se mudó a las redes sociales.
Allí, encontramos distintos llamadores (sí, como hay en Gamarra o en la Calle de las Pizzas) disfrazados de noticias llamativas, titulares incompletos, fotografías sugestivas o publicidad engañosa. Por más que se publiquen en una web totalmente desconocida, las redes sociales se encargan de propalar este tipo de publicaciones diseñadas especialmente para tener éxito en estos espacios.
Como usuarios, siempre hemos tenido la posibilidad de hacer clic en lo que querramos. Incluso podemos elegir dejar de seguir ciertos perfiles o cuentas y silenciar sus publicaciones para siempre. A pesar de esto, algunos creen que esta coyuntura es mala. Que lo único que hace es desinformar y confundir. Entonces, se debe regular. Ante la duda, se debe revisar el contenido que circula en Internet. Y evidentemente, los que deben hacerlo son los “más fuertes”: las redes sociales.
Revisen esto, por favor, es falso
Luego de las elecciones de Estados Unidos, se avivó el debate entorno a la injerencia de las redes sociales en los resultados del voto popular. Aparentemente, la proliferación de publicaciones con noticias falsas confundieron a los electores e hicieron cambiar su voto. El despropósito de Facebook, por ejemplo, para no identificarlas, se contradice con el abuso de censura que efectúa sobre fotografías periodísticas o artísticas.
No se discute que las redes sociales se han convertido en espacios abiertos de discusión pública, donde suceden cotidianamente la mayoría de las conversaciones políticas. Se discute qué papel toman en el no-tan-nuevo escenario de medios.
Pedir que una entidad pública, un intermediario o un algoritmo revise el contenido que circula en Internet es cuanto menos peligroso. Dejar en manos de un tercero el control de lo que los usuarios pueden o no pueden ver es burdamente legalizar la censura. ¿Por qué pedimos eso?
Probablemente falte una autocrítica mayor. Informarse a través de titulares en redes sociales es arriesgado. Y para hacerlo prudentemente debemos tomarnos el tiempo de revisar (nosotros) lo que estamos leyendo. Crear nuestros propios juicios, seguir a quién más simpatizamos, buscar, entender el juego de los medios. Definir qué es falso y qué es verdadero es nuestro derecho y desafío.
El control de contenidos en Perú
A mediados de 2014, se aprobó la Ley 30254. Inicialmente, se proponía crear un mecanismo de censura previa sobre contenidos obscenos y pornográficos en Internet. Luego de sufrir algunas modificaciones, se aprobó, orientando su objetivo a la promoción estatal del uso seguro y responsable de Internet por parte de menores. Y estaba bien. Todavía no se ha reglamentado.
Fuera del ecosistema digital, la radio y televisión peruana responde por el contenido que transmite según lo normado por la Ley 28278 (2004). Ésta obliga a los medios a respetar un código de ética que ellos mismos redactan y un pacto de autorregulación. No están sujetos a revisión de contenidos. Sin embargo, si un televidente considera impertinente alguna transmisión, puede denunciarla (como control posterior) ante la Sociedad Nacional de Radio y Televisión. Luego, puede presentarse ante el Ministerio de Transporte y Comunicaciones a través del Consejo Consultivo de Radio y Televisión.
En nuestra televisión han proliferado programas de discutida inteligencia que popularmente se conocen como “televisión basura”. Esto ha generado un debate sobre el control de contenidos que no tiene sentido. Al igual que en la redes sociales, se demanda un control previo desmereciendo los gustos y culto de los televidentes, entendiendo que los más fácil es prohibir antes que dejar elegir.
Por eso es necesaria una autocrítica. No porque tenemos el Internet o la televisión que nos merecemos, sino porque podemos elegir, y el control previo nos quitaría ese derecho. En cualquier medio, sea digital o analógico, mientras nosotros mantengamos el poder de decisión sobre lo que leemos, vemos y escribimos, está bien. Y eso, debemos defender.
Director de Proyectos (2016-2018)
Abogado por la Universidad Blas Pascal de Córdoba (Argentina) y la Pontificia Universidad Católica del Perú. Candidato a Máster en Derecho y Tecnología por la Universidad de Tilburg (Holanda).
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